Las crisis como las nubes, el conocimiento como el azul
Tengo más años que muchos y menos que algunos. Integro la comunidad de las presas favoritas del depredador enemigo invisible y a la que los periodistas jóvenes se refieren con cara de misericordia porque le hacen el cuento del tío. Por eso he visto muchas crisis. Si no pasaran no serían muchas, sería la misma que resistiría el paso del tiempo. De las primeras que tengo memoria fue la quiebra del Banco Mercantil y del Banco Transatlántico, vi la crisis institucional en el golpe de estado, vi llegar a los marcianos durante la dictadura (de lo que se acordaran algunos) la quiebra del Banco Pan de Azúcar, del Comercial y la Caja Obrera, la aftosa, que en mi cuadra no quedara nadie que tuviera entre 18 y 35 años a comienzos del milenio, (de lo que se acordaran muchos). En el medio hubo algunas otras más o menos intensas.
En el mismo tiempo vi avanzar a la ciencia y la tecnología de manera incesante y constantemente acelerada, tanto a nivel internacional como nacional. Vi a mi abuela escuchar los radioteatros en la enorme radio a válvula, pude escuchar a Solé en la radio a transistores que me dejaron los reyes, vi la televisión en blanco y negro, donde también vi los dibujitos de los Supersónicos que tenían como fantasía un micro-ondas que luego se convirtió en realidad, pude ver la selección a color y en vivo en los mundiales y ahora puedo ver en tiempo real series de Islandia, Corea, Polonia y Alemania. Durante ese tiempo vi como pasamos de escribir en la Remington y analizar los datos de las tesis de mi Facultad con máquinas que usaban tarjetas perforadas a computadoras personales de gran capacidad que se usan en el mundo académico y otras menos sofisticadas que tienen todos los escolares del país. Vi como el software se desarrolló como un importante rubro exportable y pienso cuánto le debemos a los adelantados que empezaron con esta área del conocimiento en la Facultad de Ingeniería de la Udelar, allá por la década del 60. Durante ese tiempo vi crearse la Facultad de Ciencias, una nueva estación experimental de la Facultad de Agronomía, la creación del INIA a partir de lo que era el CIAAB, el Instituto Pasteur, la Facultad de la Información y Comunicación, de Enfermería, de Ciencias Sociales, la creación del Programa de Desarrollo de Ciencias Básicas. Vi el surgimiento de la siembra directa, la determinación de los genomas, la aparición de la ingeniería genética, la creación de nuevas carreras universitarias, la expansión de la Udelar en el territorio nacional.
Hoy veo desde mi lugar de trabajo en el interior como se construye el primer laboratorio nacional con nivel de bioseguridad 3. Siempre con la Udelar como un protagonista central de los avances en el conocimiento. Acabo de leer un artículo de Patrick Moyna, ex decano de Facultad de Química, donde utilizando datos objetivos y comprobables demuestra que la Universidad de la República es responsable del 71% de la producción académica desde 1900 y que fue responsable también del 71% de la producción académica en 2018. Además los investigadores que tienen el INIA y el Instituto Pasteur no se recolectaron en un almácigo. Su enorme mayoría se formaron en la Universidad de la República.
Y durante todo ese tiempo, casi con la misma periodicidad de los Juegos Olímpicos vi la batalla de la Udelar por el presupuesto. Casi siempre con los mismos resultados, se obtiene menos de lo que se pide y mucho menos de lo que se necesita. Siempre afuera del medallero del presupuesto. Ni siquiera aspiramos a la medalla de bronce, sólo a mejorar nuestra propia performance, haciendo más de lo que hacemos y haciendo mejor lo que ya hacemos. Alguien podría decir pero si hicieron y hacen todo eso es porque les alcanza. Un razonamiento corto y equivocado. Como siempre ante cada problema complejo hay una solución fácil y errónea. ¿Cuánto se dejó de hacer y avanzar por no contar con los recursos suficientes? ¿Y cuánto de eso no se pudo transformar en mayores niveles de desarrollo y bienestar de la sociedad uruguaya?
Hoy tenemos una nueva crisis, emergencia sanitaria que va a ser acompañada de crisis social y económica. No somos necios. Sabemos que hay urgencias que atender. Que es importante que grandes sectores de la sociedad no empiecen a pensar y a sentir que el ensopado es más urgente y necesario que el hisopado. Pero siempre se puede elegir y priorizar de manera diferente. Los poderosos del mundo lo hicieron. Estaban preparados para la guerra pero no tanto para la pandemia. Gastaron enormes recursos en tanques y misiles. Hoy están pagando con vidas humanas la batalla contra un enemigo invisible al que no pueden abatir disparando los tanques ni los misiles cuando precisan respiradores y camas de CTI.
Hace no mucho el Presidente usaba una comparación con el ciclismo. Sobre los rezagados y el malla oro. Siguiendo con su comparación ¿cuál sería el principal objetivo?. Que todos puedan llegar a la meta en la última etapa de la carrera. Que los rezagados no queden tirados al costado del camino, que el pelotón no se vaya desflecando aumentando el número de rezagados y que el malla oro haga su mejor tiempo. ¿Pero lo lograremos pedaleando en el triciclo? Si los demás andan en chivas de fibra de carbono, con la mejor transmisión y el mejor material de las ruedas ¿podemos competir? ¿No es ese el papel de la ciencia y la tecnología? Aportar el conocimiento para andar en la mejor bicicleta posible. Y no se trata solo de terminar una etapa, hay que terminar la carrera.
Hace algún tiempo Madame Lagarde, principal de un organismo internacional, hablaba de los pasivos que va a tener el mundo como si fueran un lastre para la humanidad. Ella que en más de un sentido no es de las más tiernas. Seguramente ella tendrá años dorados y no negros.
Siempre es más simpático, agradable y políticamente correcto hablar de los niños y los jóvenes. Creo haber dado mi mejor esfuerzo por los jóvenes. Pero hoy estoy en un ataque de egoísmo generacional. Todo parece indicar que mi generación que bancó las jubilaciones de la generación de nuestros padres, no lo tiene asegurado con la generación de nuestros hijos. Y esto parece un problema central de Estado. En un país con una población estancada, que prácticamente no crece desde 1996 y que las proyecciones dicen que no crecerá, es decir donde la proporción de jóvenes es decreciente, ¿no es a través de la ciencia, la tecnología y el conocimiento que se puede aumentar la productividad de una población limitada, que se logrará mayores niveles de valor agregado que permitan mayor bienestar a la población toda, la de los jóvenes y la de los que dependeremos de ellos para seguir en carrera en las últimas etapas sin quedar al costado del camino?¿No es la mejor inversión que podemos hacer? Quedó demostrado el papel de la ciencia, el conocimiento nacional y su valor cuando las papas queman. Porque la ciencia y el conocimiento son centrales para superar de la mejor manera posible las crisis. Porque las crisis, como las nubes, pasan. Y el conocimiento, como el azul, queda. Y cuanto más conocimiento más azul y menos nubes.
Autor: Ing. Agr. Pancracio Cánepa, director de la sede Salto, Cenur Litoral Norte, Universidad de la República.